Rocco no podía negarse, lo tenía bien claro. Ser el elegido significaba que El Viejo confiaba plenamente en él. Demostraba superioridad ante los demás y le daba la certeza de que pronto se convertiría en el jefe de todos. El Viejo, le ordenó entregar un maletín. Le dijo que tuviera suma cautela y discreción. No podía fallar porque entonces los “otros” tomarían venganza por su falta.
Rocco soñaba con todo lo que había dejado a un costado en su vida, por hacer caso a su ambición y egoísmo. Pero era tarde para arrepentimientos. Fue la elección que hizo cuando apenas era un chico piojoso de la calle, y no podía volverse atrás.
El Viejo le entregó el maletín, y ante la mirada envidiosa del resto del grupo, le dio un beso en la frente. Había llegado el momento: demostrar cuánto valía, cuánto podía. Ese era el precio que debía pagar por su ascenso; ésta era la forma para demostrar su lealtad y gratitud.
Tomó la ruta y se dirigió al sur. Cuando el cansancio empezó a dominar sus movimientos, decidió parar un rato. Llegó a un pueblo, desierto, con aroma a caballos y a pan recién horneado. Entró a un pequeño almacén, pidió algo para tomar. Sus manos temblaban y los cigarros se hacían humo uno tras otro.
Media hora después, sobre la calle estacionó otro auto. Sorprendido vio bajar a Santino, uno de sus colegas. Santino traía un mensaje de El Viejo. Le dijo que no entregara el maletín hasta pasada la medianoche. Nada más. Y se fue. Rocco se preguntaba una y otra vez, por qué había cambiado su decisión, si en principio debía entregar la carga lo antes posible, porque quemaba en las manos de cualquiera, como un hierro candente a punto de marcar el ganado. Pero hizo caso. Espero y cerca de la medianoche fue a encontrarse con Don Carlos, el matón al que debía entregarle el maletín.
Rocco llega al lugar de la entrega, da un silbido de aviso y susurra ásperamente: -¿Don Carlos?
Pero nadie aparece. De repente una luz alumbra desde atrás. Gira sobre sí mismo y ve el cuerpo de Don Carlos ensangrentado, en el suelo, con los ojos desorbitados. Sube la mirada y ahí está Santino, con una sonrisa burlona, apuntándole con su arma.
-¡Qué hacés!, lo increpa Rocco.
- Lo que debería haber hecho hace tiempo, responde el traidor.
Rocco intenta sacar su pistola pero Santino dispara primero y lo hiere en la rodilla. Rocco cae y sin suplicar lo mira fijamente. Jamás dejaría su orgullo, y menos en un momento semejante.
De pronto, una voz de parlante les grita
-¡Alto, policía!
Santino intenta disparar a la nada pero una balacera hace impacto en su pecho. Cae. Al costado Rocco arrebata el arma, apunta sobre su propia sien y dispara.
Pato