sábado, 19 de enero de 2008

piedad

Un hombre sentado. Ojos negros, arriba y abajo empestañados de verde. Un número rojo en el techo. Miles. Baldosas mojadas, y migas de pan en el suelo. Palomas engullen con sal la carne molida. Y el hombre ahuyenta con sus venas los buitres a su alrededor.
El viento vuela papeles, y estampa en su frente el cartel de “se necesita empleado”. Una mujer de faldas cortas se arroja sobre el papel, lo muerde, lo masca, y lo escupe sobre el rostro del hombre. Él sonríe, luego llora. La mujer se acerca y toma su mano. Se miran, se sueltan. El hombre camina. Se asoma a la ventana. Cierra los ojos y reza. Camina. Se cae. Vuelve a caminar. Las paredes se vuelven violetas y su paso sigue el compás de la música.
Un viejo, con ropas andrajosas, le pide una limosna. El hombre lo ve con indeferencia, y saca de su bolsillo una miga de pan, la deposita en la mano sucia y ajada del viejo. Cae otra miga sobre su zapato, el hombre la recoge y guarda nuevamente en su bolsillo. Hace una mueca y sigue.
Un grito lo hace girar. Saca su puñal. Toma una pastilla, dos o tres. La enfermera lo llama, se aproxima a él y le arroja un manojo de garrapatas. Se prenden en su cuello. Desesperado intenta quitárselas, se tira al suelo y comienza a morir lentamente. En eso, el viejo aparece y lo mira indiferente. Con el último aliento, el hombre le pide que lo salve. El viejo saca de su bolsillo un puñado de tierra, se lo arroja y desaparece.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no tenes idea, lo bien q me haces...

Vanina dijo...

otro flash nena! qué conexión tan efectiva de los hechos!